Asumir la presidencia del Club Atlético Licey representa una de las responsabilidades más exigentes dentro del béisbol profesional dominicano. No se trata simplemente de liderar una franquicia deportiva, sino de gestionar la institución más laureada del país, con la mayor cantidad de títulos nacionales y de Series del Caribe, con la fanáticada más grande y exigente de América Latina
La expresión popular «como va el Licey, así va el campeonato» sintetiza la presión que recae sobre la alta dirigencia del equipo. El presidente del club no solo debe responder a los socios, sino también a los aficionados cuyas expectativas se renuevan y se incrementan con cada temporada.
El rol implica una inversión significativa de tiempo y recursos personales. Las jornadas laborales se extienden a horarios interminables e incluyen múltiples reuniones estratégicas que buscan optimizar el rendimiento y competitividad del equipo. Desde decisiones deportivas hasta aspectos administrativos, el margen de error es prácticamente nulo.
Presidir al Licey no es una labor ceremonial: es una gestión ejecutiva de alto nivel que requiere visión estratégica, habilidades de liderazgo, conocimientos deportivos y, sobre todo, una profunda vocación de servicio hacia una organización centenaria que trasciende el terreno de juego.
El actual presidente, Miguel Guerra, que ya habia sido presidente en donde ganó un campeonato, asumió el cargo este año por la nominación del grupo que componen la plancha, luego de que Rafael Antonio Úbeda Heded declinara por motivos personales. Esta transición es parte del proceso estatutario del club, en el cual cada dos años los socios eligen, mediante asamblea ordinaria, al presidente y a su junta directiva. No obstante, más allá del marco legal, la carga emocional y física que implica esta función conlleva altos niveles de estrés y desgaste.
Úbeda Heded, con una trayectoria de varias décadas dentro de la franquicia continúa vinculado al club ahora como director. Su paso por distintas posiciones, incluyendo la secretaría, ha sido marcado por una gestión caracterizada por el respeto, la ética profesional y una excelente relación con los medios de comunicación y entidades comunitarias. Cabe recordar que su tío, Don Miguel Heded, presidió la organización entre 1997 y 2002, lo que evidencia la continuidad generacional dentro de la estructura directiva.
De hecho, muchos de los actuales miembros del consejo directivo son descendientes directos o familiares cercanos de expresidentes del club. Esta línea de sucesión ha permitido que, durante las últimas dos décadas, el Licey haya mantenido una evolución constante, adaptándose a los desafíos contemporáneos sin perder la esencia que le ha permitido mantenerse como la institucion deportiva más emblemáticas del país.