“La pelota es redonda y viene en cajas cuadradas”. El viejo refrán del béisbol sigue tan vigente como siempre, a propósito de lo que hemos visto hasta ahora en la actual postemporada de las Grandes Ligas.
Los equipos que en abril parecían destinados a dominar la temporada y disputar la Serie Mundial —esos que los expertos apuntaban como “inamovibles” favoritos— hoy están batallando por sobrevivir o, en algunos casos, viéndola por televisión. Y es que las predicciones, por muy fundamentadas que sean, no son más que opiniones en un momento determinado. Ningún cronista, por más experiencia que tenga, posee la lámpara de Aladino.
Los vaticinios se hacen al inicio con base en el talento, la profundidad del roster y la nómina. En el baloncesto, ese análisis suele cumplirse: el equipo con más estrellas y mejor estructura normalmente levanta el trofeo. Pero el béisbol es otra historia. Aquí, el guion se rompe con frecuencia. Escuadras con plantillas modestas terminan clasificando a la postemporada, dejando fuera a gigantes que en papel parecían invencibles.
Y es que el béisbol, además de ser un deporte colectivo, es un juego de ajustes constantes. Cada jugador tiene un rol bien definido en la serie regular, pero cuando llegan los playoffs, todo cambia. Peloteros que brillaron durante 162 juegos de repente se ven apagados en octubre. ¿La razón? Hoy el juego está más estudiado que nunca. Desde el primer día de la temporada, los scouts de avanzada analizan cada detalle: tendencias, enfrentamientos, debilidades… cada posible matchup está bajo la lupa. Y cuando el margen de error se reduce, descifrar a los rivales se convierte en un desafío monumental.
Aun así, lo que hemos tenido es una postemporada vibrante, impredecible, Justo como debe ser el béisbol: imprevisible, apasionante y capaz de recordarnos que en este deporte, como en la vida, nada está escrito hasta el último out.